De: Walter Cassara . “Un modo de rodar que es no moverse del sitio” ll. ¿Cómo agotar esa ilusión que es el cuerpo, sino encarnándola? Estar a un mismo nivel que la energía que se desprende del cuerpo, totalmente conectado con sus fluidos, sus latidos… ¿Hay algo más hermoso y cruel que esto? Bajo por la ribera, como un topo horadando, hasta donde termina el arroyo; delicia del sillín y de la posición oblicua que corta al bies un viento helado. Nada podría detenerme. ¿Fingir que no lo sé? Ya es tarde, estoy en mi emboscada, el deseo, como una piedra atada al cuello me arrastró a este lugar, y harían falta varias vidas para saber qué significa jeroglífico espejado en la carne (…) Cuatro calles, las mismas que hace veinte años conspiran bajo el óxido y la mansedumbre, manteniendo en vilo nuestra imaginación para un viaje que nunca emprenderemos por falta de entusiasmo y de valor, o porque ya estamos parados en el nervio de la tragedia, a unos pocos metros de donde soñábamos llegar. Un modo de rodar que es no moverse del sitio, como en una fábula de los eleáticos, y sin embargo estar exhaustos, sedientos, vencidos por el destello perezoso de los cuerpos, exhalando una curiosidad por la vida que en nada se parece a eso: rótula, plexo, ligamentos y toda una averiada liturgia familiar. Doblar siempre a la derecha con las manos escarchadas sobre el manubrio y un miedo a no sé qué atravesando el esternón, algo como una voz hablándote al oído, en una clave que conocés demasiado. (…) Traté de imaginarme el desenlace perfecto, sin redención ni llamas. Cobaya alucinada trepidando en la rueda de los ciclos. Me dolían las rodillas; chillaba en un tono alegre y neutral. Ed deldiego / Buenos aires / 2001.